lunes, marzo 17, 2008

Historias Bizarras nº 6

Una noche, estaba a punto de dormirme, cuando a los pies de mi cama apareció ella. Al principio pensé que fuese una ensoñación propia del cansancio que llevaba acumulado. Pero no. Justo delante de mi, una descomunal rana de ojos saltones me miraba fijamente, de manera casi hipnotica. De repente, habló:

- Hola, soy una rana.

Dime algo que no sepa, pensé inmediatamente.

- No me mires así, hombre. Dijo ella. Soy una rana guay. Soy un emisario del futuro enviado por ti mismo dentro de 80.000 millones de años. Te haré rico y tu me acariciarás la pancha como toda recompensa.

No lo acabé de ver claro. Ya de pequeño me advirtieron que no me fiara de las ranas que hablan. El hecho es que me equivocaba. Quiniela tras quiniela, cupón de los ciegos tras cupón, no paraba de acumular fortuna. Hasta me compré unos cajones con ruedas de esos del Ikea para poder guardar los billetes debajo de la cama.

Un día, descubrí que me había engañado. Embriagado por la alegría besé al batracio y este se convirtió en un principe con más rabo que un semental pura sangre.

- ¿Pero esto que es, ranita?
- Pues ya lo ves, soy un pedazo de tío. Besame, besame ahora.

No se como, volví a besar al anfibio, ahora convertido en un efebo peludo, y se transformó de nuevo en rana de ojos saltones. Mucho mejor así. Sea como fuere, terminé casandome con la rana y viviendo juntos en un palacete del barrio de Pedralbes. Tuvimos un hijo, al que llamamos Gustavo, pero eso es ya otra historia.

lunes, diciembre 17, 2007

Historias Bizarras nº 5

Aquella mañana abrí los ojos como todos los días, después del insistente sonido de un despertador que había interrumpido mi sueño con un sonido amenazante. Aun adormecido, busqué las zapatillas que se habían agazapado debajo de la cama y entre bostezos llegué hasta el lavabo.
Abrí el grifo. El agua helada de invierno lograría el efecto milagroso de ponerme en marcha de nuevo. Como cada día. Pero ese día iba a ser diferente.
Tras lavarme la cara, levanté la mirada hacia el espejo y el reflejo que allí encontré me dejó petrificado. Los ojos, la nariz, la boca…nada en esa imagen me pertenecía. Ese rostro no era el mío. No es que fuese una cara mejor o peor que la mía, es que aquellas facciones me eran del todo desconocidas. No era yo, y sin embargo allí estaba, mirándome fijamente.
Nervioso, angustiado, me vestí a toda prisa y acudí al bar de costumbre, donde consumía momentos con la concurrencia a media tarde. Nadie pareció reconocerme. Entre los clientes que allí se encontraban pude ver algún antiguo amigo que hacía como si no me conociera, que me decía que le dejara en paz. Ni siquiera el dueño del establecimiento, después de tanto tiempo, después de tantas risas compartidas, atinaba a reconocer quien se ocultaba detrás de este imprevisto rostro. Todos mis esfuerzos eran vanos.
De camino a casa de mis padres me encontré con algún otro viejo conocido que igualmente me miraba con ojos extrañados o no llegaba a cruzar su mirada con la mía, como el que pasa al lado de cualquiera de los cientos de personas anónimas con las que nos encontramos cada día.
Hice sonar el timbre y mi madre acercó su ojo a la mirilla. Escuché como sus pasos se alejaban de la puerta. Volví a tocar el timbre, con insistencia, les llamé por su nombré, golpeé la puerta. Después de que amenazaran con llamar a la policía y de que algún vecino curioso hubiera salido ya de su casa para ver el origen del escándalo decidí bajar las escaleras, desconcertado todavía, con lágrimas en los ojos.
El miedo se estaba apoderando de mí. Mi mundo se estaba derrumbando y me encontraba solo en mitad de una muchedumbre para los cuales ya no significaba nada.
Repentinamente, escuché una voz. Al principio no reparé en ella, no pensaba que fuese real. Pero sí, alguien me estaba llamando por mi nombre. Alguien me había conocido y estaba cruzando la acera para hablar conmigo. Era Elisa, una chica a la cual había visto un par de ocasiones y a la que nunca me había atrevido a confesar aquello que sentía por ella.
Sin mediar palabra, Elisa unió sus labios a los míos y me besó apasionadamente. Después, me cogió la mano. Me miró fijamente a los ojos, con esa mirada picara tan suya y me pidió que la acompañara. No sabía a donde nos dirigíamos. Solo tenía la certeza de que, aunque para el resto del mundo me hubiera convertido en un extraño, a su lado nunca más iba a volver a sentirme solo.

FIN

martes, diciembre 04, 2007

Historias Bizarras nº 4

La encontré tendida en el jardín de casa. Estaba desnuda e indefensa. Su belleza era deslumbrante, como de fuera de este mundo. Sus ojos me miraban como intentando decirme algo que me era imposible entender. No entendía su idioma. No sabía si me pedía ayuda o simplemente intentaba explicarme que es lo que hacía allí. La entré a casa y cubrí su cuerpo con un edredón. No parecía mostrar ningún síntoma de frío o de calor, pero la placidez que mostraba en su mirada me hacía evidente que aprobaba mi gesto de proteger su hermoso cuerpo desnudo.
Por alguna razón que desconozco, durante el tiempo que ella permaneció conmigo no pude llamar a nadie pidiendo ayuda. Tampoco le conté a nadie lo de la extraña inquilina que compartía mi vida desde hacía unos días. Me preocupaba que ella no mostrara el menor interés por ingerir alimentos o bebida, pero era algo que no parecía afectarle lo más mínimo. Eso me tranquilizaba.
En ocasiones, se acercaba hasta mí, al lugar en el que me encontraba trabajando y me hablaba en su lengua desconocida. Yo, le correspondía con una sonrisa, aunque no entendiera una palabra de aquello que me estuviera contando. Ella me la devolvía, quien sabe si porque era consciente de que no era capaz de entender su extraño lenguaje o porque formaba parte de su dulce manera de ser.
Semanas más tarde, estaba tan acostumbrado a su presencia que me preguntaba como había sido posible vivir sin ella hasta aquel momento en el que la encontré. Seguía sin saber quien era ni de donde venía, ni siquiera conocía su nombre, pero había cambiado mi vida hasta extremos que estoy seguro que ni ella misma sabía.
Una noche de verano, observábamos al cielo cogidos de nuestras manos cuando ella señaló al cielo. Su mirada, después de mucho tiempo, mostraba unos rasgos tristes que yo desconocía hasta ese instante. Forzó una sonrisa y se dirigió hasta el centro del jardín, sin dejar de observar el firmamento. De repente, dirigió su mirada hacia mí y por primera vez me dirigió unas palabras que, por extraño que parezca, pude comprender:

- Volveré.

Supe que mentía, pero asentí con la cabeza mientras la vi fundirse en la noche, entre las brillantes estrellas que parecían llamarla desde el cielo. Nunca más volví a verla. Nunca más volví a enamorarme.

FÍN

lunes, noviembre 26, 2007

Historias Bizarras nº 3

Sabía que aquel no iba a ser un buen día. Que diablos. Tampoco habían sido buenos los 363 que le precedían. No se podía decir que ese hubiera sido un buen año. A veces, la compañía de un amigo es más que suficiente para olvidarlo todo, pero cuando ese amigo falta, todo se viene abajo. Y más, si ese amigo se llama Jack Daniels y rueda vacío bajo la mesa del comedor.
No hay cosa más patética que regodearse en las miserias de uno mismo. Bonita manera de ponerles remedio. Sin embargo, no es solo el hombre un animal capaz de tropezar dos veces con la misma piedra, sino que es también uno con una capacidad innata para regodearse en sus propias desgracias. Si no es así, no se entiende de otra manera.
Hoy era uno de esos días. ¿Y cual no lo era?. En ese momento me encontraba sobre mis rodillas, alargando la mano debajo del sofá en busca de un botellín de ginebra que me había agenciado en uno de mis múltiples vuelos transoceanicos, de manos de alguna azafata de buen ver y corta falda. Juraría que lo había visto por ultima vez allí debajo, aunque había pasado ya tanto tiempo que hasta era posible que las ratas del apartamento pudieran haberselo llevado para celebrar algún sarao nocturno en honor al dios del queso. Repito, me encontraba yo en tan indecorosa postura cuando llamaron a la puerta. Era un maldito vendedor a domicilio.

- Buenas tardes. Le traigo un producto único y sin competencia, que estoy seguro será de su grato interés…
- Te equivocas de maruja, polluelo. Ahueca el ala, que estoy muy ocupado.
- Déjeme explicarme, por favor. Lo que yo le ofrezco no lo encontrará en el catalogo de ningún establecimiento. Es una exclusiva única y original que podría cambiar su…

¿Qué podía hacer? O escuchaba su verborrea incansable durante unos minutos o le mataba allí mismo. Aquel tipo era más molesto que un maldito guijarro en un plato de lentejas.

- Habla. Tienes un minuto. Después aplastare la puerta contra tus narices.
- ¡Gracias! ¿Y si le digo que le ofrezco la oportunidad de regresar al pasado?
- …
- ¿Se imagina? Regresar hasta épocas mejores. Buscar aquellos momentos de máxima felicidad y retenerlos para siempre, corrigiendo los errores que le convirtieron en quien hoy es. Quien sabe, el amor de su juventud, aquellas oportunidades que dejó pasar por cobardía, ignorancia o desprecio. Aun se encuentra a tiempo, caballero…

La exposición de aquel sujeto me dejó atónito. ¿Sería posible volver atrás en el tiempo, como cuando se atrasan las manillas de un reloj, con esa misma facilidad? ¿Y si lo hiciera? ¿podría regresar junto a ella? El amor de mi vida. Éramos la pareja más feliz del mundo hasta el día en el que apareció aquel cabrón, aquel maldito tipo encorbatado, aquel bastardo vendedor ofreciendo su maravillosa mercancía puerta por puerta…

- Largo.
- ¿Cómo dice?

Blam! Le cerré la puerta en las narices. Que no diga que no se lo había advertido. El tipo corría como alma que lleva el diablo. Uno de sus folletos quedó dentro de mi apartamento, sobre la moqueta. Sabía que podía serme útil. Lo agarré e hice un cilindro con él. De rodillas de nuevo, con mi brazo extendido bajo el sofá, y gracias al maravilloso prospecto que me permitía regresar al pasado alcancé el botellín de ginebra. Lo engullí de un trago y me quedé adormecido sobre la alfombra, pensando, recordando aquellos dulces momentos. Sí, allí estaba yo de nuevo, junto a ella, abrazados bajo las sabanas, acurrucandonos del frío del invierno. Posiblemente, a la mañana siguiente todo seguiría igual, pero en ese instante quizá pude recordar qué significaba ser feliz, después de todo.

FÍN

martes, octubre 30, 2007

Historias Bizarras nº 2

Llevaba casi cinco años viviendo solo. No es que hubiera sido una elección personal por mi parte pero, ya saben, las cosas suceden así. Un día te encuentras una nota sobre la mesa en la que te explica que está harta de la rutina, que necesita nuevas experiencias y no me acuerdo de cuantas cosas más. Que le vas a hacer. Tampoco te vas a pasar la vida llorando.
Vivir solo tiene sus ventajas. Te vas montando tu rutina cotidiana más o menos a tu conveniencia. Por ejemplo, cuando vuelvo a casa de la oficina lo que más me gusta es ponerme las zapatillas, agarrar un buen libro y escuchar un viejo vinilo de Charlie Parker. Ella nunca lo soportó. Esperaba una descripción milimétrica de lo que había sido otro aburrido día en la oficina en la que trabajo desde hace 20 años, idéntico a todos los demás.
No hace mucho, algo inesperado sucedió en el salón de casa, mientras leía con atención mi libro y escuchaba mi viejo vinilo de Charlie Parker. Sonaban las notas del saxofón nervioso de Bird cuando la escuché por primera vez: “¿Hola?”. Mis ojos levantaron la vista de las páginas del libro en busca del origen de la voz. Pensé que había sido algún tipo de alucinación auditiva causada por el éxtasis intelectual en el que me hallaba inmerso. Si, yo soy así de pedante. Visto que continuaba tan solo como de costumbre, proseguí con mi ilustrativa tarea, cuando de nuevo volví a escucharla: “¿puedes oírme?”. Salté inmediatamente del sillón. Aquello empezaba a pasar de castaño oscuro. ¿Se había colado un intruso en casa? ¿Y si era peligroso? ¿Qué es lo que quería de mi? ¿dinero, joyas, mi cuerpo? Por más que miraba no encontraba ni rastro de nadie en todo el apartamento.
Podría haber quedado todo como una especie de alucinación, o incluso una suerte de psicofonía de viva voz, pero el caso es que volví a escuchar aquella voz femenina una vez, y otra, y otra más. La voz no respondía a ninguna pregunta que hiciera referencia a quien era o de donde diablos venia. No, ella se limitaba a hacerme pequeños recordatorios cotidianos, como que me acordara de subir el pan de la panadería, me dictaba recetas de cocina, me preguntaba si era feliz o simplemente me daba las buenas noches a la hora de acostarme.
Seguramente, otra persona ya hubiera acudido a algún exorcista, o a algún cazafantasmas, pero yo estaba empezando a encontrarme cada vez mas cómodo con esa misteriosa voz que me recibía cariñosamente cuando llegaba a casa. Por alguna razón, me encantaba abrir la puerta, ponerme las zapatillas, colocar el disco en la gramola y conversar suavemente, casi en susurros, con la misteriosa voz.
De un tiempo a esta parte, me siento una persona nueva. La soledad no es más que un recuerdo casi olvidado y he recuperado sensaciones que creía habían terminado para mi. Cuando escucho su voz, mi corazón late fuerte, como un colegial en su primera cita. ¿Qué quieren que les diga? Creo que me estoy enamorando. Ahora, si me disculpan, he de proseguir una conversación que teníamos pendiente. “¿Hola?”. Hola.

FÍN

domingo, octubre 28, 2007

Historias Bizarras nº 1

De repente, abro los ojos. Me encuentro desorientado, todo es confuso. Siento un terrible dolor en la parte posterior de mi cabeza. No logro recordar que ha pasado. Intento reconstruir los pasos que me han llevado hasta este mismo instante, pero a duras penas logro recordar quien soy ni como me llamo. Este maldito dolor está acabando conmigo, aunque estoy seguro que debe haber cosas peores en la vida.
Acabo de darme cuenta que no puedo moverme. Intento levantar el brazo pero hay algo que lo bloquea. Tampoco me responden las piernas. Comienzo a estar algo más nervioso, pero parece que el dolor de la cabeza empieza a remitir. En cambio, cada vez hace más y más frío. Frío y humedad que se me cala hasta los huesos. Como me gustaría salir corriendo de aquí, escapar… Ni siquiera se porqué ni de qué debo escapar. Tampoco sabría a donde ir. No reconozco este lugar. Me siento débil.
El agua me llega ya hasta el cuello. Respirar es cada vez más complicado. Cuando llega la ola intento contar mentalmente los segundos que voy a permanecer debajo del agua. Uno, dos, tres, cuatro…es fácil, me ayuda a no perder los nervios. Ahora empiezo a recordar quien soy y porqué estoy aquí. Quizás debería pensar que me lo merezco, pero, ¿de verdad hay alguien que pueda merecer esto?...Uno, dos, tres, cuatro, cinco, seis…
¿Saben aquello de que cuando vas a morir puedes ver lo que ha sido tu vida a modo de película? Es mentira. Tengo demasiado frío, la arena está fría. No puedo pensar con claridad. Por dios, que esto termine ya…siete, ocho, nueve, diez…onc…

FÍN

Primer relato públicado en este blog. Igual no es el último. O sí.

lunes, octubre 22, 2007

Decálogo del Séptimo Arte

Ahora que los coreanos y los americanos no tienen ni puta idea de hacer cine, y hacen películas más malas que el baladre, el gañan, perdón, el Marcial, ofrece las claves para que las peliculillas vuelvan a ser boniquetas. Dales duro.